José Miguel Benavente

Los tecnolíticos

Hace un tiempo leí un artículo en que se comparaba el gabinete del primer ministro inglés con el gabinete del canciller alemán....

Por: José Miguel Benavente | Publicado: Miércoles 2 de marzo de 2011 a las 05:00 hrs.
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José Miguel Benavente

Hace un tiempo leí un artículo en que se comparaba el gabinete del primer ministro inglés con el gabinete del canciller alemán. Y se utilizaba para ello dos criterios, estudios universitarios y los idiomas que dominaban. Recuerdo que con la sola excepción de dos ministros, en el gabinete inglés nadie tenía una profesión y salvo uno, el resto sólo hablaba inglés. En el caso alemán, sólo la mitad de los ministros había cursado estudios universitarios, aunque muchos se defendían en inglés y unos pocos en latín, ya que es obligatorio en los colegios (

gymnasium

).



Sorprendidos estaban unos colegas extranjeros cuando les mencionaba que en el gobierno de Aylwin, al menos una decena de ministros tenían estudios de posgrado –principalmente doctorados en economía en prestigiosas universidades. Que con Lagos no había sido diferente, incluido el mismo presidente con su doctorado en Duke. Y apuntaba que eso no había cambiado mucho en la actual administración, la cual provenía de la oposición a los gobiernos anteriores.

En el Congreso, la cosa si bien algo distinta no era tanto. Recuerdo personalmente haber asistido hace algunos años a sesiones de la Comisión de Hacienda del Senado donde cuatro de sus cinco miembros senadores tenían posgrados. Y de los buenos. Me preguntaban mis colegas entonces, si habíamos sido gobernados y que estábamos siendo gobernados por un grupo de tecnócratas durante todos estos años. Cuando me prestaba a asentir, me apuré en sugerirles que se trataba más bien de los

tecnolíticos

.

Me referí con este concepto a aquellos que efectivamente tenían un marcado interés por la cosa pública y que habían seguido un camino mas académico y reflexivo, contrario a uno más partidista y colectivo. A veces empujados por las circunstancias, como las becas presidenciales de los setenta o porque lisa y llanamente no estaban dispuestos a hacer el servicio militar militante. También estaba el grupo de aquellos que mediante su cartón académico señalizaban que por el lado técnico no serían fácilmente desacreditados y que la discusión se daría entonces en el flanco político. 
Aparentemente estas estrategias han dado algunos buenos resultados, en especial para aquellos que lograron formar parte de los gabinetes. Pero no ha estado exenta de problemas. Estos gobiernos de los mejores genera una casta aristocrática que muchas veces deja de ser representativa de los intereses de los 
votantes–democracia. Como también que, aludiendo a criterios técnicos, muchas alternativas de acción no sean siquiera consideradas. 
Separar las aguas entre lo técnico y lo político siempre es útil. Y que ello sea explícito en quienes deciden, mejor aún. Parece que, a medida que los países se desarrollan, esta tensión se hace mas evidente y hoy en Chile la estamos viviendo. Postnatal, matriz energética, política industrial, sólo por mencionar algunos temas donde la decisión final no se fundamenta en lo técnico. 
Cada día será mas difícil escudarse en argumentos técnicos para descartar las alternativas y se deberá ser más transparente acerca de la forma de cómo vemos y queremos el mundo. Es esperable que nuestros

tecnolíticos

vayan desapareciendo en el tiempo sin dejar de reconocer lo fundamental es que fueron para llegar a lugar de privilegio en que hoy nos encontramos. 


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